Las antiguas tradiciones espirituales y la ciencia moderna coinciden en que la compasión es parte de nuestra naturaleza inherente y fundamental. Uniendo las perspectivas tradicionales y contemporáneas, la compasión puede definirse como la joya que surge en nuestro corazón cuando nos enfrentamos al sufrimiento y sentimos la motivación para hacer algo para aliviarlo y para prevenir sufrimientos futuros, tanto para nosotros como para los demás.
Tanto las tradiciones espirituales como las ciencias modernas también coinciden en que nuestra capacidad innata de compasión puede ser cultivada y expandida enormemente, generando intencionalmente pensamientos, sentimientos y motivaciones compasivas a través de prácticas contemplativas y entrenamiento conductual, haciendo espacio en nuestra vida para expresiones regulares de compasión. Así es como crece y se expande la preciosa semilla que vive en nuestros corazones. Cada pequeño acto de compasión nos transforma y, a su vez, transforma el mundo.
La compasión en acción no solo afecta a quienes la reciben, sino también al practicante. Es bien conocido y documentado que cuando hacemos algo por otro ser desde la compasión, recogemos beneficios también nosotros: la compasión activa una fisiología* en nosotros que mejora la salud mental y emocional, reduce el estrés y los sentimientos de soledad, y aumenta la felicidad. Usando las palabras de nuestra maestra Sharon Gannon: “La mejor manera de elevar nuestra propia vida es hacer todo lo que podamos para elevar la vida de los demás“. De manera similar, el maestro zen Thich Nhat Hanh decía: “La felicidad es una función de la compasión“.
La enseñanza de la compasión se encuentra en el corazón de la Regla de Oro: “Obra con los demás de la manera en que desearías que ellos obraran contigo”, la base ética de las principales tradiciones espirituales. Conectar con nuestra naturaleza compasiva esencial nos libera de la prisión de la auto-absorción al conectarnos con un sentido más profundo de propósito y significado en la vida. Actuar desde esta conciencia centrada en el corazón nos hace menos temerosos y más resilientes, al ofrecernos un sentido de pertenencia y conexión. Y esto no es optimismo ingenuo: la compasión requiere y cultiva el coraje, porque aunque se enfoca en el sufrimiento, en última instancia es un estado energizado que se basa en el compromiso de hacer algo al respecto. Nada es tan efectivo como la compasión para transformar algo difícil —el sufrimiento— en algo significativo y conectado.
La tradición budista nos ofrece la analogía del loto y el fango: las raíces del loto están en el fango, pero aún así la planta crece hacia arriba para dar lugar a una flor prístina y radiante. La joya (maṇi, que indica compasión) está en el loto (padme, que indica sabiduría): oṁ maṇi padme hu̅ṁ expresa simbólicamente la unidad de la compasión y la sabiduría en el camino de la liberación (hu̅ṁ sugiere indivisibilidad). Y así como el loto no puede florecer sin el fango, la compasión y la sabiduría no pueden florecer sin el poder fertilizante del sufrimiento.
En las últimas décadas, muchas disciplinas —incluyendo la psicología evolutiva, las ciencias sociales y la neurociencia— han estado investigando cómo funciona la compasión, sus mecanismos y beneficios. La investigación es rigurosa y reconoce lo que los yoguis han sabido desde tiempos antiguos: la compasión es como una joya en nuestros corazones, un estado elevado y luminoso al que podemos acceder a través de la práctica y la conexión. La compasión se describe como un proceso de 6 pasos: 1) percepción del sufrimiento o de la necesidad (atención plena); 2) conexión emocional con ello (empatía); 3) deseo instintivo de que el sufrimiento sea aliviado (intención); 4) disposición a hacer algo al respecto (motivación); 5) la acción compasiva en sí; 6) la experiencia de elevación (el “brillo cálido” de la compasión).
Para que nuestra ofrenda de compasión a los demás sea genuina y sostenible, primero debemos nutrir nuestros recursos internos. El primer destinatario de nuestra compasión debemos ser nosotros mismos. Comenzamos escuchando, abrazando y estando con nuestro propio sufrimiento, sin evitarlo ni descuidarlo, permitiéndonos mirar sus causas y condiciones con cuidado, coraje y sabiduría. Solo entonces podremos contribuir de manera fructífera a nuestra felicidad y la de otros seres. La motivación cuidadora, el corazón valiente y la sabiduría profunda para estar ahí para los demás dependen de nuestra autocompasión. Al igual que nosotros, la aspiración profunda a la felicidad y a la liberación del sufrimiento, es compartida por todos los seres. “Al igual que yo” es un mantra que invita a la compasión inconmensurable hacia todos.
Necesitamos apoyarnos unos a otros para recorrer este camino. Todas las crisis que se experimentan hoy en el mundo son, en esencia, crisis de compasión. La Madre Teresa solía decir que el problema principal del mundo es que dibujamos nuestro círculo de compasión demasiado pequeño. Que podamos inspirarnos de todo corazón unos a otros para cultivar la joya en nuestros corazones. Esforcémonos juntos para que nuestra compasión se amplíe y llegue más lejos. Nuestra propia existencia, como comunidad de seres vivos y como planeta, depende de ello.